Tenemos tendencia a pensar más en lo que no deseamos o en lo que no queremos continuar experimentando, que en lo que deseamos o queremos experimentar.
Viene a ser parecido a aquello de que si nos dicen «no pienses en un elefante rosa», lo primero que aparece en nuestra cabeza es, obviamente, un elefante.
El caso es que normalmente conseguimos aquello en lo que nos enfocamos con atención, de modo que si persistimos en enfocar sobre lo que no queremos, tendremos más de eso mismo.
El primer paso para crear cualquier cambio consiste en decidir qué deseo, con el fin de fijar hacia donde dirigirme. Y cuanto más específicos seamos mayor será nuestra claridad, y de más poder dispondremos para lograr lo que queremos con rapidez.
De forma inconsciente la mente no deja nunca de procesar la información, dirigiéndonos en determinados sentidos. Incluso a ese nivel inconsciente la mente deforma y suprime interesadamente lo que percibimos, con tal de dirigirse hacia su objetivo. Si ese objetivo lo hemos predeterminado conscientemente, la mente podrá enfocarse, dirigirse, volver a enfocarse y redirigirse hasta llegar a él, mientras que en ausencia del mismo, esa energía se despilfarrará en todas direcciones reduciendo la capacidad para explotar plenamente nuestros propios recursos.
Un estudio realizado con la promoción de 1953 de la Universidad de Yale, demostró que los licenciados que fijaron de forma clara y concreta objetivos, por escrito, y con un plan sobre cómo alcanzarlos (sólo un 3%), 20 años después valían más, en términos de solvencia, que el 97 por ciento restante. Y no sólo se midió el éxito financiero sino otros objetivos menos medibles o más subjetivos, como la felicidad o la satisfacción en la vida.
Necesitamos formular con precisión objetivos, sueños y deseos, dado que es imposible componer un rompecabezas sin haber visto antes la imagen completa. Si conocemos el desenlace, le suministramos a nuestro cerebro una foto clara, de forma que el sistema nervioso sabe cuáles de las informaciones que recibe tienen la máxima prioridad. Mensajes claros son sinónimo de actuación eficaz.
Es preciso decidir conscientemente lo que uno quiere, porque eso determina lo que uno obtendrá. Para que se produzca algún efecto en el mundo externo, primero ha tenido que ocurrir algo en el mundo interno. Cuando se tiene una representación interna clara de lo que uno desea, la mente y el cuerpo quedan programados en dirección a esa meta, con el fin de superar nuestras limitaciones actuales. La vida real sigue el curso que le hayamos trazado.
No bastan formulaciones vagas como desear más amor, más dinero, más tiempo para disfrutar de la vida… Para que nuestras mentes se pongan en condiciones de crear un resultado, se necesita algo más concreto que un coche nuevo, una casa nueva o un empleo mejor.
Objetivos limitados dan lugar a vidas limitadas. Debemos formular objetivos altos, en afirmativo (expresando lo que quiero y no lo que no quiero) y de forma concreta. Para ello nos pueden ayudar preguntas concretas del tipo ¿Qué deseo exactamente? ¿que quiero oír? ¿qué quiero sentir? ¿Qué quiero oler? ¿Qué quiero saborear?…. Debemos visualizar nuestra situación una vez alcanzado el objetivo. Ser capaces de sentirnos como si ya lo tuviésemos.
Todos conocemos personas que van dando tumbos. Que van perdidas. Confusas. Primero por un camino, luego otro… Intentan una cosa y rápido la dejan para pasar a otra. No acaban nada. Un día dicen blanco y otro día negro. En conclusión, no saben lo que quieren, siendo difícil dar en el blanco si no se sabe dónde está.
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