A diferencia de las demás cosas de la vida, el momento presente está aquí. No necesitas ir a ninguna parte para conseguirlo, ni hacer nada para crearlo.
Da igual lo que estés haciendo. Comerte un bocadillo, beber una taza de té, fregar los platos… Se trata de estar presente/ser consciente en la actividad ordinaria del día. El momento presente nos parece algo tan ordinario que lo damos por sentado, y sin embargo eso es lo que lo hace tan extraordinario.
Estamos tan ocupados con nuestros pensamientos que somos completamente ajenos a lo que está teniendo lugar en este mismo instante, siendo ajenos a la vida que nos rodea. Acostumbramos a vivir completamente barridos por los recuerdos del pasado y por los planes para el futuro. No puedes sentirte feliz y conectado con los demás si siempre estás atrapado por tus propios pensamientos.
Practicar la atención en la vida diaria sin hacer al menos 10 minutos de meditación al día es como querer construir los cimientos de una casa en arena suelta. Se puede hacer pero nunca será tan estable como la construida sobre suelo sólido. Lo mismo sucede si es al contario. ¿Qué bien puede haber en la meditación si no cambia el modo en que te sientes y tu comportamiento en la vida?
El objetivo de todo ello es tener más espacio mental y hacer que tu vida y la de los que te rodean sea mejor. La meditación debe verse como la plataforma desde la que vamos a operar las próximas 24 horas. Es la sensación de calma que nos debe permitir responder de modo hábil a diversas situaciones si somos capaces de mantener nuestra consciencia. Pero si tu propia historia termina envolviéndote hasta tal punto que pierdes tu consciencia, puedes acabar respondiendo de una forma impulsiva y estresante.
Imagen: fredrikwandem
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