¿Cómo puede un picapedrero abrir un gigantesco canto rodado?
El picapedrero utiliza un enorme martillo con el que golpea la roca granítica con toda la fuerza que puede, sin que el primer golpe provoque ni una ligera muesca, no le arranca ni un trocito, nada. Golpea otra vez, y otra, y otra…, 100, 200, 300 veces, sin producir una sola grieta.
A pesar de que tras mucho esfuerzo la roca no muestra ni la más ligera grieta, él sigue golpeándola, pasando a veces personas por su lado que se ríen de su infructuosa persistencia.
Pero un picapedrero es muy inteligente, y sabe que el hecho de no ver resultados inmediatos de las acciones que realiza, no significa que no haya progreso. Continúa golpeando la roca en diferentes puntos, una y otra vez, hasta que en algún momento, quizá cuando lleve 500 o 700 golpes, o en el que haga 1024, la piedra no sólo se astillará, sino que se abrirá literalmente por la mitad.
¿Ha sido ese único y último golpe el que ha abierto la piedra? Claro que no. Habrá sido la constante, continua y persistente presión aplicada al desafío al que se enfrentaba.
La del picapedrero es una de las metáforas globales de desarrollo personal más capacitadoras de las que se puedan encontrar para un momento difícil. Ese momento en el que uno tiene la sensación de no avanzar a pesar del trabajo que está haciendo. La aplicación consistente de la disciplina sería ese martillo capaz de romper cualquier canto rodado que nos esté impidiendo el paso por el camino de nuestro progreso.
La metáfora es una figura retórica de pensamiento por medio de la cual una realidad o concepto se expresan por medio de una realidad o concepto diferentes con los que lo representado guarda cierta relación de semejanza.
La metáfora facilita explicar o comunicar un concepto. Son símbolos y, como tales, pueden crear intensidad emocional incluso de forma más rápida y completa que las palabras que usamos tradicionalmente. Las metáforas pueden transformarnos al instante.
Constantemente pensamos y hablamos en metáfora. “Entre la espada y la pared”, “al filo de la navaja”, “con el agua al cuello”, “salvar el pellejo”… ¿Acaso no encontraré mejor estímulo ante un reto si lo enfoco en términos de «subir la escalera que conduce al éxito» que si lo hago en términos de “intentar salvar los muebles”?
Al igual que el vocabulario, cualquier metáfora va acompañada por una serie de reglas, ideas y nociones preconcebidas. Si pienso que la vida es una guerra, la percepción de la misma puede ir en la dirección de pensar que es dura, y termina con la muerte, o bien que es algo que se trata de mí contra todos los demás.
Si pienso que la vida es una batalla será muy posible que salga herido, siendo ese un filtro que impactará sobre mis creencias inconscientes acerca de la gente, las posibilidades, el trabajo, el esfuerzo y la propia vida. Esa metáfora afectará a mis decisiones acerca de cómo pensar, cómo sentirme y qué hacer. Configurará mis acciones y, en consecuencia, mi destino.
Hay personas para las que la vida es como un juego, pudiendo ello dar un matiz a sus percepciones en el sentido de que la vida puede ser divertida, o quizás algo competitiva pero una oportunidad para jugar y disfrutar mucho más, aunque algunos quizás puedan concluir que en todo juego hay perdedores, llegándose a cuestionar si tienen la habilidad necesaria para participar en ese juego. Todo dependerá de las creencias que uno vincule a la palabra “juego”.
Cualquier metáfora introduce en el que la usa una serie de filtros que afectarán a como piensa y siente, pudiendo aportar beneficios en un contexto y limitaciones en otros.
La vida es como pintar un cuadro, no como hacer una suma.
A pesar de todo el poder que tienen las metáforas sobre nuestras vidas, la mayoría de nosotros jamás se ha preocupado de seleccionarlas de forma consciente. Probablemente la mayoría las hemos adoptado de las personas que nos rodean o han rodeado (padres, maestros, conocidos y amigos).
Las metáforas pueden cambiar el significado que asociamos a cualquier cosa. Pueden cambiar lo que vinculamos al dolor y al placer, y transformar nuestra vida con la misma efectividad con la que transforman las palabras. Deben seleccionarse con cuidado e inteligencia, para que profundicen y enriquezcan nuestra experiencia de la vida y la de las personas que nos importan.
Si estamos pasando un mal momento no estaría de más revisar las metáforas que estamos utilizando para describir cómo nos sentimos o por qué no estamos progresando, o para referirnos a ese obstáculo que se está interponiendo en nuestro camino. Es muy probable que estemos utilizando una metáfora que intensifica nuestras sensaciones negativas.
Cuando la gente experimenta dificultades, dice con frecuencia cosas parecidas a “no veo la salida del túnel”. Pero la ventaja es que esas metáforas incapacitadoras pueden cambiarse en un instante, con la misma rapidez con que fueron creadas.
Ante este tipo de metáforas acostumbra a ser preferible representar las mismas como algo real. Por ejemplo, ante la sensación de hallarnos en la oscuridad, basta con limitarnos a encender las luces. Si nos ahogamos en un mar de confusiones, será mejor que caminemos por la playa y nos relajemos en la isla de la comprensión de las cosas. Si damos una respuesta así a alguien, nos mirará extrañado, pero eso ya será un primer paso para un cambio de enfoque y, en consecuencia, también de la forma en que se sienta.
Aunque pueda parecer absurdo, como dice Anthony Robbins, lo absurdo e infantil es permitirnos seleccionar inconscientemente metáforas que nos incapacitan de una forma permanente. Debemos hacernos cargo de nuestras propias metáforas, no sólo para evitar las que supongan un problema, sino también para adoptar las que más nos capaciten.
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