by Oscar Cano

Vocabulario Que Transforma.

V

Como ya os expliqué aquí, el dominio de lo que Anthony Robbins denomina vocabulario transformacional, es una herramienta sencilla y poderosa de cara al objetivo de experimentar menos dolor y más placer. En definitiva, de potenciar nuestro bienestar favoreciendo estados poderosos y capacitadores.

De entrada, ya doy por hecho que ningún padre/madre llama a su hijo tonto, inútil o le dice que no llegará a nada en la vida cuando haciendo los deberes en casa no está inspirado o trae unas malas notas. Tampoco se le debería decir que es torpe o lento para alguna práctica deportiva o de desarrollo físico o corporal en lo cotidiano, ni que es gandul, pesado o insoportable.

Las etiquetas son determinantes, y sobre todo en las etapas de formación. Mucho cuidado, porque pueden estar condenando a esos hijos que tanto aman a una vida limitada y mediocre al estar creando y potenciando en ellos unas creencias sobre si mismos que van a absorber como esponjas.

Debemos ir con mucha precaución ante la aceptación de las etiquetas que nos pongan los demás, porque cada etiqueta crea su correspondiente emoción. Un ejemplo gráfico de ello lo encontramos en las enfermedades. Todos los estudios en el campo de la psiconeuroinmunología abonan la idea de que las palabras que usamos producen poderosos efectos bioquímicos. Norman Cousins llevó a cabo un trabajo entre más de 2.000 pacientes, que le permitió comprobar como, en ocasiones, en el momento que uno de ellos era diagnosticado (es decir, se le ponía una etiqueta a sus síntomas), empeoraba. Etiquetas como cáncer, “esclerosis múltiple” o “enfermedad coronaria” tendían a producir un pánico en los pacientes que les conducía a la impotencia y depresión, perjudicando así la efectividad del sistema inmunológico de sus cuerpos.

Sin embargo, los estudios demuestran que si los pacientes pudieran verse liberados de la depresión producida por ciertas etiquetas, en sus sistemas inmunológicos se produciría automáticamente un estímulo más apropiado y favorable a su dolencia. Según Cousins, “Las palabras pueden provocar la enfermedad, e incluso matar”, jugando ahí un papel de vital importancia la sensibilidad emocional de los médicos.

Tenemos la oportunidad de hacer la prueba con nosotros mismos. Podemos hacernos con el control de las palabras que utilizamos habitualmente y sustituirlas por otras que nos den más poder respecto a nuestro estado, elevando o disminuyendo la intensidad de nuestras emociones según nos convenga.

En ocasiones uno se dice a sí mismo “estoy agobiado”. En ese momento podemos preguntarnos, «¿realmente estoy agobiado, o quizás estoy algo inquieto?» Al menos para mi, “agobiado” es una palabra muy incapacitadora, como también lo es “cabreado”. Si realmente hago el esfuerzo de encontrar otras palabras que rebajen la intensidad y potencia emocional que tienen esas, como “inquieto” en vez de “agobiado” o “contrariado” en lugar de “cabreado”, el efecto será instantáneo.

Esto se puede usar también para ayudar a otras personas y en muy diferentes ámbitos. Si alguien nos dice la frase: “Me estoy muriendo de hambre”, podemos preguntarle, «¿seguro que te estás muriendo de hambre? ¿no será que tienes un poco de hambre?»  Si logramos que esa persona acepte como suya esa última frase, se beneficiará inmediatamente de la disminución de la intensidad de su apetito.

Del mismo modo, si alguien viene y nos dice “estoy deprimido y hundido”, nuestra respuesta puede ser “¿estás seguro de ello?” “¿no será sólo que hoy estás un poco “bajo” o “raro”?” Sólo el hecho de hacerle reflexionar sobre ello, ya será un primer avance respecto al incapacitante estado al que sólo pueden llevar palabras con una carga emocional negativa tan fuerte como “deprimido” o “hundido”.

 

Photo Credit: OpenClipart-Vectors

 

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Soy Oscar Cano, abogado dedicado al Derecho de Familia, y Blogger jurídico con más de 1.500 artículos publicados, y escribiendo un post a diario desde enero de 2014.

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