Como ya te expliqué aquí, el Círculo de Influencia se integra por aquellas cosas sobre las que podemos incidir, mientras que el Círculo de Preocupación comprende todo aquello sobre lo que no tenemos ningún control real.
Conviene que orientemos el rumbo de nuestra vida hacia nuestro Círculo de Influencia, identificando esas preocupaciones sobre las que podemos influir, resultando clave para ello saber hacia donde dirigimos la mayor parte de nuestro tiempo y energía. Ello nos servirá para descubrir si somos más o menos proactivos.
Existen dos aspectos de nuestro Círculo de Preocupación que debemos considerar de forma profunda y que son:
· Las consecuencias. Si bien somos libres para elegir nuestras acciones, no lo somos para elegir las consecuencias de esas acciones, ya que las mismas están fuera de nuestro Círculo de Influencia, situándose en el Círculo de Preocupación. Podemos elegir pararnos en medio de la vía cuando un tren avance velozmente hacia nosotros, pero no podemos decidir que sucederá cuando el tren nos atropelle, así como podemos optar por ser deshonestos en nuestros tratos comerciales.
Nuestra conducta está gobernada por principios, resultando positivo vivir en armonía con ellos y negativo violarlos. Somos libres para elegir nuestra respuesta ante cualquier situación, pero al elegir también optamos por la consecuencia correspondiente.
“Cuando uno recoge una punta del palo, también recoge la otra”
· Los errores. Son aquellas consecuencias que no hubiésemos deseado padecer como resultado de nuestras elecciones, de forma que de poder elegir de nuevo lo haríamos de otro modo.
En el caso de estar llenos de arrepentimiento, quizás el ejercicio más necesario de proactividad consista en comprender que los errores pasados también están ahí fuera. En el Círculo de Preocupación. No podemos revocarlos, anularlos ni controlar sus consecuencias.
El enfoque proactivo de un error consiste en reconocerlo instantáneamente, corregirlo y aprender de él, convirtiendo así, de forma literal, el fracaso en éxito.
“El éxito está en el lado opuesto del fracaso.” T. J. Watson, fundador de IBM.
Pero no reconocer un error, no corregirlo ni aprender de él, es un error de otro tipo que en general sitúa a la persona en una senda de autocondena y autojustificación, que a menudo implica la racionalización (mentiras racionales), destinadas a uno mismo y a los demás. Este segundo error, este encubrimiento, potencia el primero otorgándole una importancia desproporcionada y causando en las personas un daño mucho más profundo.
No es lo que hacen los demás ni nuestros propios errores lo que más nos daña. Es nuestra respuesta. Stephen Covey lo explica gráficamente cuando se refiere a que “si perseguimos a la víbora venenosa que nos ha mordido, lo único que conseguiremos será provocar que el veneno se extienda por todo nuestro cuerpo. Es mucho mejor tomar medidas inmediatas para extraer el veneno”.
Nuestra respuesta a cualquier error afecta a la calidad del momento siguiente. Debemos admitir y corregir de inmediato nuestros errores para que no tengan poder sobre el momento siguiente, y para que volvamos a tener el poder.
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