Resulta obvio que sobre muchas de las cosas que nos preocupan no tenemos ningún control real, mientras sí que hay otras sobre las que podemos incidir. Identificar esas preocupaciones sobre las que podemos influir, será clave para saber hacia donde dirigimos la mayor parte de nuestro tiempo y energía, descubriendo de esa forma si somos más o menos proactivos.
Las personas proactivas centran sus esfuerzos en aquello en lo que pueden influir. Es decir, se dedican a las cosas con respecto a las cuales pueden hacer algo, generando ello una energía positiva que amplía y aumenta ese círculo que Steven R. Covey llama Círculo de Influencia.
Por otra parte, las personas reactivas ponen el foco en preocupaciones en las que no pueden incidir, prestando atención a los defectos de otras personas, y a problemas y circunstancias sobre las que no tienen ningún control, resultando de ello sentimientos de culpa y acusaciones, un lenguaje reactivo y sentimientos intensificados de aguda impotencia. La energía negativa generada por ese foco, combinada con la desatención de las áreas en las que se puede hacer algo, determina que su círculo de influencia se encoja.
Cuando nos centramos en preocupaciones sobre las que no podemos actuar, otorgamos a cosas que están en su interior el poder de controlarnos y no tomamos la iniciativa proactiva necesaria para efectuar el cambio positivo. Sólo conseguimos intensificar nuestros sentimientos de inadecuación y desvalimiento.
Sin embargo, si nos centramos en nuestros propios paradigmas, empezamos a crear una energía positiva. La clave está en que trabajando sobre nosotros mismos en lugar de preocuparnos por las condiciones, podemos influir en las condiciones.
Aunque hayan tenido que priorizar el empleo de su influencia, las personas proactivas tienen un círculo de preocupación que es por lo menos tan grande como su círculo de influencia, y aceptan la responsabilidad de usar esa influencia con responsabilidad.
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