Tristeza y alegría vienen en un solo paquete. No puede existir una sin la otra. Son como las dos caras de una misma moneda.
La verdadera felicidad no distingue entre el tipo de felicidad que sientes al pasártelo bien y la tristeza que sientes cuando algo va mal. La verdadera felicidad no va de encontrar ese tipo de felicidad. Es decir, el tipo de felicidad que puedes encontrar en una fiesta.
La felicidad que interesa es la que obtenemos mediante la habilidad de sentirnos cómodos sin importar la emoción que surja.
Tristeza y felicidad son parte del hecho de ser seres humanos. Quizá conozcas personas que parecen estar algo más felices que tú, y otras que están algo más tristes.
A veces estamos predispuestos a sentirnos de determinada manera, algunas personas un poco más felices y otras un poco más infelices. Pero lo que importa es lo que subyace, dado que nadie puede controlar sus sentimientos.
La persona feliz no puede mantener su felicidad todo el tiempo que desee, ni la persona infeliz puede alejar su infelicidad.

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Estoy de acuerdo en que hay dos tipos de felicidad, y por qué no, también de infelicidad, la efímera digamos y la auténtica que contiene lo mejor de nuestra esencia cuando la alcanzas, y sobretodo, cuando tomas conciencia que te encuentras en ella.
Esta ideas creo ciertamente que habrían de ser nuevos paradigmas, nuevos horizontes para una sociedad, fundamentos que a modo de leyes fueran de obligado conocimiento y promoción para todo el mundo. Posicionamientos básicos sobre los que construir por parte de la política y gobiernos.
Pero esto choca frontalmente con una homologación de planteamiento de base, apartir de la cual construir, en la que «tristemente» la experiencia de la cultura (mayor expresión intelectual del ser humano) y la auténtica felicidad (mayor expresión de nuestro ser), sólo son alcanzables y practicables cuando tenemos cubiertas nuestras necesidades más básicas, y la de nuestros seres más cercanos y queridos.