Aprovechando que el blog ya tiene tres meses de vida, he decidido currarme este artículo con la pretensión de agrupar, sintetizar, clasificar u ordenar las ideas que he ido tratando en este tiempo.
Podría llamarlos 15 chispazos útiles para empezar a mandar en nuestras vidas. Ojalá sirva.
1. “Tanto si piensas que puedes como que no puedes, tienes razón”.
Todas nuestras creencias se convierten en pequeñas profecías que, para bien o para mal, determinarán si seremos o no capaces de lograr algo.
2. Debemos poner el foco en lo que deseamos o queremos y no en lo que no deseamos o no queremos.
Normalmente conseguimos aquello en lo que nos enfocamos con atención, de modo que si persistimos en enfocar sobre lo que no queremos, tendremos más de eso mismo.
La mente no deja nunca de funcionar y procesar la información, incluso de forma inconsciente, y la dirige en determinados sentidos hacia su objetivo. Si ese objetivo lo hemos predeterminado conscientemente, la mente podrá enfocarse, dirigirse, volver a enfocarse y redirigirse hasta llegar a él, mientras que en ausencia del mismo, esa energía se despilfarrará en todas direcciones reduciendo la capacidad para explotar plenamente nuestros propios recursos y posibilidades.
3. Suprime lo que no te interese.
Somos expertos en suprimir. Si nos sentimos tristes quiere decir que estamos suprimiendo todas las razones por las que podríamos sentirnos bien, y si nos sentimos bien es porque estamos suprimiendo todas las cosas malas en las que podríamos fijar nuestra atención.
Aquí son importantes el tipo de preguntas que nos hagamos. Si alguien me pregunta si me siento tan aburrido como él este fin de semana, aunque yo hasta ese momento no me sintiera para nada aburrido, será fácil que a partir de ahí fije la atención sobre lo que hasta entonces había suprimido, y empiece a sentirme mal.
Por contra, si me preguntan: “¿Qué cosas buenas hay en tu vida?”, y mantengo el enfoque en responder a ello, será fácil que rápido empiece a sentirme bien, o al menos mejor, dado que la mente pondrá su navegador en “modo buscar cosas buenas”.
4. No debemos “ir haciendo”, ni “ir a salto de mata”.
Es decir, debemos ser dueños de forma consciente de nuestras decisiones y no dejarnos llevar por la corriente.
No decidir no significa que no vayamos avanzando en una dirección. Pero el destino difícilmente será satisfactorio. Debo saber lo que quiero, fijar el objetivo, y luego tomar decisiones de forma coherente para llegar al mismo.
Nuestro destino depende de las decisiones que vamos tomando.
5. Ojo con nuestro diálogo interno.
A todos nos acompaña. Nadie nos trata tan mal como lo hacemos nosotros mismos.
Llámalo Fronterizo o Dark Side. Pero somos nosotros mismos. Es esa voz que intenta convencernos de abandonar. De que sigamos en lo fácil, en lo cómodo, en lo rutinario y en lo conocido.
Se presenta recordándonos nuestros miedos, preocupaciones y el sentimiento de ser pequeños, insignificantes, y no merecedores de nada extraordinario.
Nos volverá a llevar a nuestros errores, fallos, frustraciones y momentos difíciles. A aquellas situaciones en las que hicimos el ridículo o pasamos vergüenza y nos quedamos bloqueados. A pensar que nuestros más grandes sueños no son factibles porque ni tenemos el talento innato esencial, ni dinero, ni contactos, ni somos extraordinariamente inteligentes.
6. No hay fracasos sino resultados.
No hay que hundirse ni castigarse por un mal resultado, sino aprender con el fin de intentar diferente para decidir mejor en el futuro.
El cambio conduce a lo desconocido. Es O.k. Pero tendemos a creer que lo desconocido será peor que lo actual, impidiéndonos ello emprender acciones valientes susceptibles de dar un giro a nuestras vidas.
Temer lo que fue o lo que podría ser algún día, tampoco nos alejará del dolor real, sino de lo que creemos que nos conducirá hacia él.
Conviene desterrar arraigadas creencias reflejadas en expresiones como “Más vale lo malo conocido, que lo bueno por conocer”, o “Más vale pájaro en mano que ciento volando”.
La acumulación de malas experiencias, dolor y fracaso, nos suele llevar a la creencia de que nada de lo que hagamos podrá mejorar las cosas, y de que somos impotentes o nos falta valor para evitar la irremediable derrota.
No debemos tolerar esas creencias si realmente deseamos el éxito o cumplir nuestros objetivos, dado que con ellas nos vemos privados de nuestro poder personal y habilidad para actuar.
7. No seas realista.
La mayoría de quienes dicen una y otra vez ”seamos realistas”, no hacen más que manifestar el miedo ante la posibilidad de verse defraudados de nuevo, dado que su problema es que tienen muy presentes las malas experiencias vividas y que les llevan al convencimiento de que aquello que salió mal o no se logró tampoco se alcanzará en el futuro. De ahí nace un temor al dolor que lleva a enfocar de forma constante en «ser realistas”.
¿Os imagináis que un niño al empezar a gatear y dar sus primeros pasos yéndose al suelo, llegase al convencimiento de que los siguientes intentos iban a tener el mismo resultado y no lo probase más?
El ser realista reduce el campo de visión, y lo que es ser realista para una persona puede ser totalmente diferente de lo que es ser realista para otra, en función de las vivencias de su pasado y sus referencias.
Siempre es mejor equivocarse por sobreestimar nuestras capacidades, y tampoco hay evidencia alguna de que a esos que dicen ser realistas les vaya todo de maravilla.
8. Es el estado, no la habilidad.
La diferencia entre actuar mal y de una forma brillante no se basa en nuestra habilidad, sino en el estado en que se encuentre nuestra mente y/o cuerpo en cada momento.
Se puede tener mucho talento, valor, fuerza, determinación, resistencia, e incluso la compasión y el intelecto de un Albert Einstein, pero jamás llegaremos a la excelencia si continuamente nos sumergimos en estados negativos.
La mayoría de la gente hace muy poco para dirigir conscientemente sus estados. Se levanta deprimida o con buen pie, una buena mañana los anima o una mala los hunde. Pero podemos invocar nuestros recursos y situarnos en nuestros mejores estados, por mucho que amanezca lloviendo y sea lunes.
La conducta o el comportamiento de una persona resulta de su estado, y éste lo hace de sus representaciones internas y de su fisiología. Ambas cosas se pueden cambiar con rapidez. Podemos controlar nuestro estado.
9. Busca estados positivos.
En la vida continuamente se producen resultados. Nada es inherentemente malo o bueno, si no que el valor irá en función de la representación que nosotros nos formemos. Podemos representarnos las cosas de tal manera que caigamos en un estado positivo, y también podemos hacer lo contrario.
Si no somos nosotros quien decidimos conscientemente los que queremos representándonos las cosas en consonancia, será algún agente externo (una conversación, una canción, una imagen, … cualquier cosa) lo que condicionará nuestros estados dando lugar a comportamientos que quizá no nos convengan.
Debemos pasar a la acción, de forma deliberada y consciente, para ir en la dirección que más nos interese, dado que si no dirigimos de manera consciente nuestras propias mentes y estados, el medio que nos rodea puede producir estados al azar, siendo algunos indeseables y de desastrosas consecuencias.
Si continuamente pensamos en todas las cosas malas de la vida, todo lo que no deseamos y todas las dificultades que podrían presentarse, nos pondremos en un estado que fomentará más comportamientos y resultados de ese tipo, resultando crítico enfocar lo que deseamos en contraposición a lo que no deseamos, dado que el sistema nervioso recibe una representación coherente, que le lleva a fomentar el comportamiento conducente a ese desenlace no deseado, encontrando el cerebro un nuevo camino que seguir.
Las personas no somos nuestro comportamiento. Uno no es su conducta, y de admitir ese tipo de generalizaciones, adoptaremos creencias incapacitadoras que gobernarán y dirigirán nuestros actos futuros. Cualquier persona es mejor que su peor acción.
10. Gestionar la memoria.
Una de las claves para lograr estados positivos es gestionar la memoria, utilizando recuerdos (= representaciones internas) de éxito ante una situación semejante a la que debamos enfrentarnos, con el fin de procurarnos un estado que potencie y permita optimizar al máximo nuestras capacidades.
Por contra, el individuo más exitoso puede empezar a plantearse lo que no va bien y caer en un estado de depresión, frustración o ira que reduzca sus posibilidades. En síntesis, al enfrentarnos a un reto siempre será mejor optar por pensar que todo saldrá a pedir de boca, aprovechando para recordar algún momento de nuestra vida en que estuviésemos cargados de energía y nos sintiésemos dueños de nuestras facultades.
Se trata de representarse las cosas de forma que uno se sitúe en un estado de plenitud tal que pueda asumir acciones de la especie y calidad necesaria para alcanzar aquellos resultados que persigue. De no hacerlo así, uno ni siquiera llegará a iniciar el intento, o como mucho lo realizará a medias y con escasa convicción, yendo los resultados en esa dirección.
11. Ojo con el autosabotaje.
Solemos recordarnos aquello que hacemos mal, aquello en lo que no somos buenos, en lo que fallaremos, o las cosas que se convierten en defectos nuestros y de los demás.
Con ello, en contra de lo que podamos pensar, no hacemos más que fortalecer justo el estado que genera sentimientos de deficiencia, insatisfacción y autosabotaje, conduciéndonos a estados en los que nuestra capacidad estará muy por debajo de nuestras posibilidades.
Cada vez que revivimos una derrota pudiendo revivir victorias, reforzamos la angustia de no considerarnos merecedores o suficientes para tener lo que tenemos o ser quienes somos.
La permanente búsqueda de reafirmación o validación, potencia nuestra profunda convicción de que somos peores de lo que pensamos. Potencia nuestra debilidad aunque sea de una forma inconsciente.
Cuando pretendemos impresionar, buscar el like fácil, ser graciosos o devaluar a otras personas, contrariamente a lo que a primera vista podamos pensar, potenciamos la creencia subyacente de que no somos tan buenos como creemos o nos gustaría ser. El esfuerzo debe enfocarse en nuestro trabajo, y en reconocer y disfrutar nuestra propia competencia.
Siempre que nuestros esfuerzos, intentos, pensamientos o deseos estén liderados por la creencia de que somos menos de lo que somos, seguiremos siendo merecedores de nada. Seguiremos siendo indignos porque así lo estaremos permitiendo (Isra García dixit).
12. Pasar página rápido.
Una diferencia esencial entre ganadores y perdedores, optimistas y pesimistas, es que los primeros, cuando algo no les funciona, les sale mal o no tienen éxito, pasan página rápido.
No ven el problema como algo omnipresente que vaya a marcar sus vidas de ahí en adelante, y mucho menos llegan a pensar que el problema esté en ellos. Si han tenido experiencias de fracaso se las apañan para ignorarlas, con el beneficio de que su confianza y autoestima no se verá afectada de cara a afrontar futuros retos.
Mientras, el pesimista/perdedor puede llegar a ver un episodio desfavorable como el ocaso de su profesión e incluso de su existencia. Incapaz de dar carpetazo, disminuirá sus posibilidades futuras en el caso de no salir de ese estado, dado que verá mermadas sus facultades como consecuencia de la desconfianza generada por su último fracaso.
Ten a mano una papelera de reciclaje como la de Villacampa.
13. El pasado nunca equivale al futuro.
Es la diferencia más grande de filosofía entre un optimista y un pesimista. El primero no necesita haber tenido experiencias positivas anteriores para hacer algo con confianza las primeras veces, e incluso si ha tenido experiencias de fracaso se las arregla para ignorarlas, no dejando formar parte de su vocabulario el “fracasé”, “no puedo tener éxito” o “me saldrá mal”. Simplemente persiste en perseguir de forma continua sus objetivos, aunque no disponga en principio de todos los detalles acerca de cómo los logrará.
Anthony Robbins dice que uno de sus secretos es que cuando se enfrenta a algo nuevo nunca piensa que lo va a hacer por primera vez, ya que antes se ha imaginado o visualizado haciéndolo más veces con éxito.
La buena noticia es que todos podemos adoptar las creencias que nos llevan a desarrollar la absoluta sensación de certidumbre, y nos dan el poder de conseguir virtualmente cualquier cosa que nos propongamos, incluyendo aquellas que muchos consideran imposibles.
14. No te engañes.
En el fondo, sabes lo que te pasa. Sabes lo que está fallando. Y aunque muchas veces no queramos verlo, sabemos qué es eso que hemos dejado entrar en nuestra vida y nos está perjudicando. Llámalo intuición o pequeña vocecilla interna, pero algo nos dice que eso, no.
El miedo a afrontar esa realidad, y la comodidad de permanecer quietos, nos lleva a buscar justificaciones para no cambiar. Para no decidir. Para no hacernos responsables. Para no mandar en nuestra vida.
Que poco nos gusta el cambio y que reticentes somos al mismo. Pero actuando así sólo estamos abriendo la puerta a que la mediocridad se instale en nuestra vida y de forma paulatina vaya impregnando cada rincón de nuestra existencia, resultando nociva tanto en nuestro ámbito personal como profesional, así como en nuestras relaciones con los demás.
La única solución será arrancar de cuajo la fuente de esa mediocridad. Hacer un ejercicio de sinceridad y actuar con valentía. Lo demás sólo será ir echando la pelota hacia delante hasta que llegue un momento en el que toquemos fondo, al verse afectada nuestra misma esencia como persona. Ahí también se puede cambiar el rumbo. Pero ya no volverá el tiempo y las oportunidades perdidas durante ese trayecto.
15. Usa las palabras que te convengan.
Las palabras que elegimos habitualmente para expresar y compartir nuestra experiencia con los demás afectan también a la forma en que nos comunicamos con nosotros mismos y, en consecuencia, lo que experimentamos. Son nuestra principal herramienta para la interpretación o la traducción, y la forma en que etiquetamos nuestra experiencia cambia inmediatamente las sensaciones producidas sobre nuestros sistemas nerviosos, dado que las palabras tienen, de hecho, un efecto bioquímico.
Si no dominamos las palabras y permitimos que su selección sea inconsciente, es muy probable que rebajemos o denigremos toda nuestra experiencia vital, llegando incluso a hacerla peor de lo que realmente es.
Si normalmente defino mi estado como furioso, deprimido, humillado o inseguro, aún siendo muy posible que no me sienta exactamente así, la etiqueta logrará que esa sea realmente la vivencia del momento.
De ese modo, convertimos lo complicado en imposible, el estar un poco raro en estar deprimido, y empobrecemos una magnífica, genial o extraordinaria experiencia, si nos referimos a ella como bastante buena.
Puedes sentirte siempre frustrado, enfadado, inseguro, asustado o deprimido, y también intensificar o disminuir cualquier estado emocional, rebajando la intensidad de los sentimientos más negativos, de forma que incluso dejen de molestar, y elevando las experiencias más positivas hasta los más altos niveles de placer y poder.
Un vocabulario empobrecido nos llevará a una vida emocional empobrecida, mientras que un rico vocabulario nos otorgará un abanico amplio de opciones para describir una experiencia. Resulta pues clave como etiquetamos nuestras sensaciones.
Anthony Robbins dice que si una palabra no está en tu vocabulario, no experimentas ese sentimiento. Él no utiliza nunca la palabra depresión. Asocia tanto dolor a esa palabra, que sin darse cuenta la desterró automáticamente de su vocabulario. Al no tener la palabra, no tiene forma de representarse o sentir la depresión, pudiendo sentirse frustrado, enojado, curioso, displicente o sobrecargado, pero nunca deprimido.
Descubrir y eliminar nuestras palabras incapacitadoras, puede llegar a acabar con el nefasto sentimiento que puedan conllevar, siendo un excelente ejercicio para cualquiera darse cuenta de su vocabulario generador de estados de incapacitación o malestar, con el fin de cambiarlo por uno más capacitador y que cambie o mejore las sensaciones.
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