El ser humano en si mismo no tiene límites. Piensa en grande. Va a por todas desde que nace porque ello es inherente al mismo.
Lo jodido es cuando con 4, 5 ó 7 años nuestro padre/madre, o cualquier otro familiar que «nos quiere mucho», viene y nos dice que nos dejemos de tonterías. Que pongamos los pies en el suelo. Que eso de ser astronauta es imposible. Que deberemos pensar en hacer cosas que estén más a nuestro alcance. Desgraciadamente es un patrón que se repite generación tras generación.
Ahí nos cortan las alas. Dejamos de pensar en volar alto. Nos limitamos y nos hacemos pequeños.
Sólo unos pocos se revelan contra ello. La historia está llena de personas que han dejado huella en la humanidad a las que les dijeron que eso que buscaban era imposible, y que se encontraron un camino plagado de dificultades. Ellos vieron resultados provisionales donde otros veían fracasos. Los que llegan a la cúspide no acostumbran a venir de recorrer un camino fácil.
Con 15 años Michael Jordan fue excluido del primer equipo del Instituto Laney en Carolina del Norte. Su entrenador entonces, tuvo problemas a lo largo de su vida para explicar algo así.
Abraham Lincoln fracasó de muy joven en sus negocios, y hasta en nueve ocasiones fue derrotado en procesos electorales a legislador, senador o congresista. Con 51 años, fue elegido Presidente de los Estados Unidos.
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