Según Stephen R. Covey, para convertir algo en un hábito de nuestra vida necesitamos:
· Conocimiento entendido como paradigma teórico. Es decir, el qué hacer y el por qué;
· Capacidad en el sentido de el cómo hacer; y
· Deseo como motivación. El querer hacer.
Por ejemplo, para interactuar con efectividad con otros debemos escucharlos. Tal vez nos falte capacidad para hacerlo. Podría no saber cómo se escucha real y profundamente a otro ser humano, pero saber que necesito escuchar y saber cómo escuchar no basta, a menos que quiera escuchar. A menos que tenga ese deseo, no se convertirá en un hábito de mi vida.
Trabajando sobre el conocimiento, la capacidad y el deseo, podemos irrumpir en nuevos niveles de efectividad personal e interpersonal, rompiendo con viejos paradigmas que pueden haber sido para nosotros una fuente de “seguridad” durante años.
«Somos lo que hacemos día a día, de modo que la excelencia no es un acto sino un hábito» (Aristóteles).
El proceso puede ser doloroso. Es un cambio que tiene que estar motivado por un propósito superior, por la disposición a subordinar lo que uno cree que quiere ahora a lo que querrá más adelante. Pero para Covey este proceso lleva a la felicidad, definida como el fruto del deseo y la aptitud para sacrificar lo que queremos ahora por lo que queremos finalmente.
«Siembra un pensamiento, cosecha una acción; siembra una acción, cosecha un hábito. Siembra un hábito, cosecha un carácter; siembra un carácter cosecha un destino». Proverbio.
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