El psicólogo Rafael Santandreu tiene claro que todos tenemos una brújula interior que nos indica hacia donde ir, y que de todas las opciones debemos dirigirnos hacia la que nos de más miedo. Eso nunca falla. Los objetivos que nos atemorizan son aquellos que nos motivan más, pero no los emprendemos porque evitamos enfrentarnos a las emociones negativas.
Si no deseásemos dirigirnos hacia allí no nos asustarían porque simplemente los apartaríamos de nuestra mente. Nos asustan los proyectos que nos atraen y deseamos emprender, de forma que la flecha hacia la que apunta la brújula de nuestros objetivos coincide con nuestros mayores miedos, pero es allí hacia donde debemos ir.
Santandreu insiste en sus libros en que una exigencia exagerada supone añadir tensión gratuita a nuestra vida, aunque también tiene claro que una vez se decide ir hacia una meta hay que mantener el timón en esa dirección. Podemos escoger, en casi todo momento, nuestros objetivos y metas, pero una vez tomamos una determinación es muy conveniente mantenernos fieles a ella. Aparecerán las emociones negativas a las que deberemos hacer caso omiso, dado que sólo pretenderán ir contra nuestra más firme determinación.
Aparecerán las emociones negativas a las que deberemos hacer caso omiso, dado que sólo pretenderán ir contra nuestra más firme determinación.
Tristeza, miedo, vergüenza, dudas …. Demos por hecho que todo eso aparecerá, siendo la clave de una persona madura que simplemente las tolerará —las meterá en el bolsillo— para proseguir su camino.
Frecuentemente las personas nos hacemos rehenes de nuestras propias emociones negativas y, si emprendido el camino o tomada una decisión nos echamos atrás por el miedo, la tristeza, las dudas, los nervios y la vergüenza, éstas se fortalecerán, y ante la siguiente meta, chillarán más fuerte.
Una persona madura deja que esos “compañeros de viaje” estén ahí, pero no permite que le hagan variar un ápice su trayectoria. Sabe que poco a poco se irán calmando y empequeñeciendo hasta prácticamente desaparecer.
Transformar las emociones mediante el diálogo racional, sí, pero si las mismas se niegan a escucharnos lo mejor es actuar como el conductor avezado. Es decir, seguir nuestro camino sin mirar atrás, porque en realidad tan sólo dos razones nos bastan: «Lo que empiezo, lo acabo» y «Lo que he dicho que haría, lo haré».
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