Ayer tampoco empecé a dedicar 20 minutos diarios a ese libro de inglés que me puede ir acercando más a dominar esa lengua. Tampoco leí los 15 minutos diarios que me había propuesto de un libro sobre la división de la cosa común, que sé que cuando lo acabe hará que domine con soltura esa temática de mi profesión. Muchas veces no cumplo con los cuatro o cinco días que me obligo a ir al gimnasio cada semana. Puede que tú ayer tampoco empezases a dejar de fumar, o le volvieras a contestar mal a tu madre cuando te habías propuesto no repetir nada de eso.
A menudo oigo decir a la gente que las personas no cambian, o que a determinada edad no se puede cambiar. Es falso. Siempre, en cualquier momento, se puede cambiar. Como dice Isra García,
No es tarde, hoy. Mañana no será tarde tampoco. Si así tu lo decides. Actúa ahora«
Aunque claro. Es cierto que no todo el mundo cambia. Requiere voluntad y esfuerzo. Podemos encontrar mil excusas para no hacerlo.
Recuerdo que a los 18 ó 19 años nos tocaba hacer la selectividad. La tensión por parte de profesores, padres y entorno en general era axfixiante. Según decían todos, allí te jugabas tu futuro. Tu vida. Si no sacabas una buena nota y entrabas en la carrera que habías escogido para ganarte a la vida (¿se puede tener eso claro a esa edad?) el drama estaba servido. Serías un Don Nadie. Que gran mentira. En la vida el tren pasa una y otra vez. Pasa hoy, pero también pasará mañana y pasado mañana.
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